martes, enero 16, 2007

Encontrado y recuperado gracias a las prótesis que le hemos construido a la memoria. Escrito o más bien balbuceado sin mayor razón que el jugar con las ideas ajenas en algo que tendría que llamarse algo así como: Una noche con demasiado Baudrillard y muy pocas horas de sueño, pero que por fortuna no se llama de ninguna manera. Y parte, si mal no recuerdo de esto:

"Resulta hoy interesante seguir la mutación del cuerpo sexuado, entregado hoy en día a una especie de destino artificial. Y este destino artificial es la transexualidad. Destino artificial no el sentido de una desviación del orden natural, sino por que es producto de una mutación en el orden simbólico de la diferencia de sexos. Y transexual no (sólo) en sentido general de trasvestido, de juego sobre la conmutación de los signos del sexo y, por oposición al juego anterior de la diferencia sexual, de juego de la indiferencia sexual.
"En un doble sentido: lo transexual es a la vez juego de la indiferenciación (de los polos sexuales) y una forma de indiferencia al goce, al sexo como goce. Lo sexual reposa sobre el goce (es el leitmotiv de la liberación sexual), lo transexual reposa sobre el artificio, ya sea el artificio anatómico de cambiar de cambiar de sexo o el juego de los signos indumentarios, morfológicos o gestuales característicos de los travestis. En todos los casos, intervención quirúrgica o intervención semiúrgica, signo u órgano, se trata de prótesis, y hoy en día, cuando el destino del cuerpo es convertirse en prótesis, resulta lógico que el modelo de la sexualidad sea la transexualidad y que está se convierta en todas partes en el espacio de la seducción.
"Todos somos transexuales, así como todos somos mutantes biológicos en potencia, también somos transexuales en potencia. Y ni siquiera es una cuestión de biología. Todos somos simbólicamente transexuales".


Así, el francés ofrece, en su vasta bibliografia, claves para entender los signos de la sociedad actual. En su estilo, demasiado erudito a veces y con un uso pedante del lenguaje en otras, Baudrillard asegura que todos somos transexuales.

¿No, dice usted? ¿Yo soy bien machín? No es cierto, la verdad es que sí, vivimos bajo la transexualidad del signo, de un signo que nos hace pasar del género a sujetos asexuando los caracteres que nos distinguen —modelos asexuados y anoréxicos, lociones, ropa y hasta identidades en la red que presumen de androginía y una sexualidad sin fronteras— a unos de otros, la alteridad se diluye y la dialéctica se rompe.

En Microsiervos, novela de Douglas Couplan, el canadiense que le puso rostro (sic) a la generación X hay una relación de amor entre greeks —nerd’s computarizados— en donde la identidad sexual es prescindible hasta el momento de transferir la relación al espacio físico. Sí, Baudrillard no está equivocado, la transexualidad es signo inequívoco de nuestros tiempos. La transformación del ser humano en menos de 150 años, con y gracias a la aparición de los mass media, en donde el acercamiento entre nosotros nos anula como entidades individuales para transformarnos en un ente social que ha perdido su capacidad transformadora al mediatizar y globalizarlo todo.

Ante la ausencia de contacto físico y de alteridades que presenten la otredad, de la inminencia de la clonación y la perdida de la diferencia genérica la reproducción sexual se atrofia. Dejemos en otros nuestra capacidad de reproducción y con ello de perpetuación de la especie. Somos un ente social en franca decadencia.

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