sábado, septiembre 11, 2004

Tatuaje

Sentí como crujían los huesos de las rodillas al primer impacto. No hubo dolor, ni siquiera sonido del impacto. Una implosión sónica me envolvió mientras la sensación de los huesos que se astillan y se rompen, me llegaba desde las piernas hasta el cerebro. El segundo golpe, el que me hizo pedazos la espalda al chocar contra el cofre del auto mientras mi cabeza rebotaba contra el parabrisas, antes de hacerlo volar en cientos de esquirlas, me pasó delante de los ojos, en cámara lenta. Y me vi mirándome, o mirando al vacio o mirando ese pasado que dicen que nos pasa delante de los ojos. Quise perder el sentido y despertar sudoroso y gritando, pero solo pude sentir mi cuerpo desmadejado, cayendo infinitamente sobre el asfalto. Y el sonido volvió de golpe, pude oír el chirrido los neumáticos, el ruido de la palanca de velocidades al entrar en reversa, lo último que pude ver antes de que la llanta trasera me destrozara el cráneo fue un escorpión tatuado sobre la matricula del auto mientras alguien me gritaba muérete de una puta vez.
El sol de España

Cuando dicen que España es un país de sol no mienten. No por nada en Almería, en las inmediaciones de Malaga, se filmaron en los setenta un buen puñado de spaguetti western ahí, con Clint Estwood y Sergio Leone manchándose las puntas de las botas con la arena rojiza (y si no ahí está Alex de la Iglesia para confirmarlo en su película 800 balas). Pues sí, al menos desde la capital del que fuera el imperio donde no se pone el sol hasta la costa dorada del mediterráneo, donde se pulen, limpian y blanquean grandes cantidades de capital sucio que proviene de negros y árabes -perdón de narcotraficantes de Ceuta y Melilla- islámicos, insiste El mundo y El País en sus respectivas informaciones, el termómetro fluctúa entre los 32 y los 37 grados en sus horas más álgidas. Por fortuna de los españoles y de los no españoles del centro del país su calor es más bien seco y la piel y el cuerpo no reciente más que eso, justo lo que marca el termómetro. Pero que vamos, tampoco es para andarse quejando sin ton ni son, por que hasta eso, es un calor que se disfruta cuando se pasea por los centros comerciales, que no abundan también hay que decirlo.
Y se disfruta por que Madrid cuenta con grandes parques en los cuatro puntos cardinales de la ciudad, además de pequeñas plazas y jardines y fuentes. El Retiro, el parque donde el rey de España -que no deja de ser rey y de recibir de la mayoría de sus subditos la reverencias propias que la sangre confiere- solía pasearse. Caminar por senderos y sus andadores es acercarse a una de las varias Españas que cohabitan, es acercarse a la España de los latinoamericanos que hacen del sitio el espacio natural de sus domingos, igualito que Chapultepec. Pero además el pequeño lago y sus alrededores también tiene como habitantes enraizado a los magrebies y demás africanos que, sin disimulo, te ofrecen el producto nacional de Marruecos, un hash que la mayor de las veces no tiene más calidad que un pedazo de betún, según cuentan los de Energy Control -pero también cuentan que se puede conseguir de muy buena calidad-, y a cambio de exigen 10 euros.
Y a pesar de que el paseo es en Madrid y que Japón se supone está del otro lado del mundo, o al menos eso nos han dicho hasta el cansancio los mapas, El Retiro también parece una postal harto conocida: Japón está en todas partes del mundo occidental -de primer mundo se entiende- y están ahí para no negar el cliché -que para eso es cliché- del oriental con su cámara fotográfica – digital, but of course - en mano sonriendo sin entender ni jota de lo que les dicen el tipo que, vestido de policía, intenta convencerlo de que él no es ningún monumento, ni obra de arte ni nada que deba ser fotografiado, eso si, en un muy correcto español madrileño de ese que todo es tío y joder macho, y es que éste “chinito” que no se entera de na’ macho, estoy que le digo que se mueva y el tío que sólo me mira, hala que le digo, que acá no se vende na’, hala, pero este tío esta to’ gillipollas o to’ tonto y no se entera de nada macho, y ya te digo.
Pues si, entre los prados siempre verdes –con sus excepciones invernales– de El Retiro, aun ladito del lago donde reman y reman las parejas y las familias que hacen del sitio su lugar de veraniego improvisado, está la imagen de la nueva campaña publicitaria de la Coca-Cola, que desde que se puso en Londres a vender agua de la llave a precio de la embotellada y en libras esterlinas no da pie con bola, mientras el gobierno de Blair solo espera salir bien parado del escándalo de la guerra y el móvil de ésta que nunca existió como para preocuparse por la transnacional estadunidense. Y ahí están como postal publicitaria de la que alguna vez fuera la chispa de la vida un grupo de orientales –japoneses puedo suponer-, todos, con la cámara colgada al pecho y sentados en hileras de cuatro o cinco individuos, beben a tiempos distintos una lata del famoso refresco de cola mientras se reposan luego del recorrido que incluyó: desayuno continental, transporte en autobús de pasajeros -con clima-, el museo del Prado -ese sí sin cámaras-, el parque de El Retiro y un guía en el idioma nativo, que sonríen al sentir el refrescante sabor del liquido oscuro que sale de sus latas rojas con blanco. Parece que al final los publicistas son lo que tienen la razón, ante un sol como el de España nada como Coca-cola bien fría. Ante eso de nada valen -pero claro que ayudan- chicas guapas. Solo el liquido oscuro refrescando las gargantas