lunes, enero 28, 2008

¿Nuevos “libros”, para nuevos lectores?

Ernesto Aroche Aguilar

Los patrones de consumo han cambiado radicalmente en los últimos 20 años, pasamos de desear la posesión de objetos tangibles y de tres dimensiones a pagar, las más de las veces, por obtener versiones intangibles de esos objetos deseados. Y en ese cambio de esquemas también está inmerso lo mediático como elemento de consumo.

Las transformaciones que trajo consigo la computadora y la posibilidad de interconexión y comunicación de éstas mediante redes, primero mediante cables y más tarde sin ellos, supuso un cambio de paradigmas en la conformación de los hábitos culturales e incluso sociales del ser humano.

Primero fue el Ipod, aunque detrás el aparatito desarrollado por la empresa de Steve Jobs existe una serie de numerosos antecedentes que llegaron antes de tiempo, mucho antes de que el mercado estuviera preparado para su aparición, allanando de paso el camino para su masificación.

De la misma manera que detrás del nuevo Kindle están una serie de aparatos que abonaron el fértil territorio para que hoy, con cierto espanto y poca previsión, editores e incluso fetichistas del libro como objeto comiencen a temblar ante el movimiento que trae ya aparejado el nuevo objeto de deseo, el gadget que unirá a los románticos del más viejo de los soportes con los geeks al menos en un primer momento.

Resulta paradójico que sea justo el primero de los soportes masivos de transmisión de conocimiento, el libro pues, uno de los últimos sino es que el último en obtener su símil digital, que además integra, como la tendencia lo dicta la posibilidad de almacenaje masivo.

Precavidos o no, Kindle está ya ahí, agotando su primera “edición”, para dejar en claro que ahora si hay un mercado maduro para él, que ahora si las posibilidades técnicas que ofrece están maravillando y seduciendo a críticos y lectores por igual.

¿Nuevo soporte, nueva literatura?

Los lectores de ahora somos más que eso, en su gran mayoría nacimos bajo el cobijo de la una era digital si bien no del todo definida al menos en ciernes, y el contactos con las prótesis tecnológicas lo tuvimos desde nuestros primeros días de nacidos.

“Los públicos no nacen, sino que se hacen”, explica el sociólogo Nestor García Canclini en uno de los tantos artículos que conforman su libro —todavía en papel— Lectores, espectadores e internautas, y puntualiza “…pero de modos distintos en la época gutenberguiana o en la digital”.

El libro y la literatura tradicional compiten con una serie de elementos promiscuos entre sí, Canclini apunta que “desde hace tiempo se observa la tendencia a mercantilizar la producción cultural, masificar el arte y la literatura y ofrecer los bienes culturales por varios soportes a la vez”.

Ya no es sólo la pelea entre editoriales o entre autores, se suma al bagaje cultural de los posibles consumidores la necesidad de narrativas distintas e incluso de soportes distintos: blogs, multimedia, comic’s, videojuegos y lo que haya que venir, aunque de momento y tal vez por un corto plazo los experimentos aún menguan (http://walterquail.blogspot.com/2007/12/el-sombrero-de-copa.html) no han dejado de sucederse.

Se responde por lo pronto con textos que recuerdan a la narración cinematográfica —muchas de las veces esquizofrénica e hiperdinámica— mientras el cine se alimenta a su vez de videojuegos —sin la movilidad de estos, pero con mayor presupuesto— y de comic´s. La música ha hecho hablar a las máquinas y las máquinas han generado el soundtrack de nuestra época. La fotografía, por si fuera poco, también ha mudado de piel para hacerse digital y se comparte masivamente con posibilidades de escribir incluso encima de ellas (vrr. Flick y similares).


Como bien señala Canclini, flota en el ambiente no sólo la idea de una convergencia de medios que vacían sus entrañas en soportes digitales, si también el hecho de que la conformación de hábitos culturales se han modificado en lectores que son también, y sin medida alguna, espectadores e intenautas.

martes, enero 22, 2008

¿Dónde estamos parados?

Ipod, Kindle, memoria externa, placer, rituales mediáticos a la carta, gadgets varios y afuera un mundo que se mueve a gran velocidad, descreído cínica y superficialmente, pero al fin nuestro.
Despertamos todos los días en mañanas que muy poco tienen que ver con las de nuestros padres; hablamos, al menos en el discurso, de democracia –cualquier cosa que eso signifique– de rendición de cuentas, de transparencia, mientras tomamos un café en la boca del metro o mientras conducimos, para llegar dos horas después al lugar de trabajo.

Jamás estamos solos aunque vivamos en mundos autistas de audífonos, teléfonos celulares o dispositivos varios, la cercanía del otro es continua, mezcla humores, roza los cuerpos, ¿quién podría sentirse sin compañía así?

A los amigos los vemos diferidos en casa. No sé en qué momento X me dejó saludos en myspace y apuntó su última cita en facebook, pero no importa, cuando me conecte será como si lo acabara de hacer, entonces yo también le dejaré un mensaje y escribiré del mal chiste de la oficina en el blog.

Amistad a la carta, aunque a la mayoría de mis contactos los conocí en el trabajo o la escuela, más del 70 por ciento de ellos son fotos que jamás he visto fuera de la pantalla, pero a pesar de ello conozco las historias de muchos de ellos, más de los que han recibido un mensaje mío en su espacio en la red.

¿El bienestar del consumo?

Detrás del capitalismo no llegó la revolución marxista y el fin de la historia, sino una mutación del sistema para elevar el consumo a piedra de toque de una sociedad que diariamente emprende millones de transacciones entre particulares, grupos y sociedades, no todas de manera consciente.

Elegimos el shampoo, los utensilios de cocina y al gobernante en turno más por sus atributos comerciales y su mercadotecnia que por su capacidad de gobierno real, nos seduce muchas veces más una sonrisa, una actitud, e incluso unas lágrimas que el discurso ideológico; recorrimos al centro todas las opciones políticas, los extremos son políticamente incorrectos, y hoy apenas se observan las diferencias de fondo.

Somos mercados potenciales y segmentos a conquistar, a la vez que consumidores. Según Zygmunt Bauman somos los promotores del producto y el producto que promovemos. Somos, “al mismo tiempo, encargado del marketing y mercadería, vendedor ambulante y artículo en venta”.
Un consumo, este o cualquier otro, que lleva como motor el deseo y su satisfacción, sin importar si nace de la programación y el artificio a la manera de Baudrillard o si es una respuesta engendrada de la necesidad de satisfactores.

Y sin tomar en cuenta la disparidad de posturas, desde los que como Vicente Verdú celebran su llegada como un elemento de disfrute que responderá a “una humanidad reunida y planetaria, menos racional y política, pero más afectiva, moral y compleja. Más extrovertida o consumista que abroquelada y reprimida”; hasta los que apuntan que la única misión ahora será tratar de levantar la cabeza sobre una chatura gris de invisibilidad e insustancialidad a base de la posesión y usufructo de objetos; sin importar, de momento todo ello, ese es nuestro patio de juego.