lunes, julio 26, 2004

Sucedió que el año pasado, cuando buscaba en Barcelona el mejor tipo de cambio para transformar mis devaluados dólares en flamantes euros, caminaba por las ramblas, que es donde se ubica la mayor cantidad de negocios de compra y venta de divisas por metro cuadrado, casi todo el dinero que los migrantes consiguen ganar, y que una vez que llega a sus países de origen se revela más grande de lo que en un principio se pensaba, pasa por ahí. Wetern Unión, Money Change y algunas otras compañías al parecer de origen norteamericano se reparten el pastel cambiario y de envíos también en estas latitudes. Pero, volvamos con lo otro, Después me acerqué a los bancos y para no hacer el cuento más largo te diré que era justamente la dueña de los poquitos intereses que genera mi pobre salario la que ofrecía el precio más atractivo.  Bueno, pues me apersoné, esperé pacientemente mi turno y cuando me tocó estar delante de un español, upss, perdón un catalán que a pesar de lo obvio de mi origen me recibió en su lengua (el catalán no el español). Quiero cambiar unos dólares, le dije y él intentó despacharme asegurándome que para eso necesitaba tener una cuenta con ellos. La tengo, le respondí y le enseñé mi tarjetita de plástico azul que en México podrá servir para muchas cosas, pero que acá no sirve para casi nada. En fin, que el tipejo ese no quiso cambiarme nada, tuve que salir con mi tarjetita, mis dólares y mis ganas de creer que en el primer mundo, ese que es todo educación y corrección política y en donde los migrantes son buenos por que necesitan que alguien haga esos trabajos que el español medio no quiere hacer, pero que termina haciendo por muy licenciado que sea al pasar dos o tres años y acercarse a los 30 de edad seguir en el paro.
Tuve que ofrecer mi trasero a las transnacionales norteamericanas para que aún fuera de mi país me hagan bajarme los pantalones y así pude cambiar mis dólares, pues ingenuamente y a pesar de leer en los diarios que el euro es una moneda más fuerte que la estadunidense tuve la inocencia de pensar que el jefe es el jefe, aquí y allá, así como el perico donde quiera es verde y no, pero esa es ya otra historia.

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