"Hacia las 10 de la mañana llegamos a San Sebastián y, tal como se me había anunciado en carta, nadie me esperaba en la estación. Me quedé contemplando a un solemne excentrico que se dedicaba a pintar, con los ojos vendados, un cuadro que, tratando de representar el viejo hotel de la estación, sólo acertaba a ser un garabato que recordaba un árbol talado.
"Sonreí discretamente y recordé una escena parecida, veinte años antes en Ceuta, cuando al incorporarme al servicio militar vi a un legionario que pintaba, con los ojos emboscados tras unas gafas oscuras, su propio fusilamiento"
Una casa para siempre, Enrique Vila-Matas
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